Toño es un hombre trabajador y alegre radicado en Valtuille de Abajo. Con puntualidad y energía atiende una pequeña granja de animales. Por las noches los animales duermen protegidos en un establo. Cuando el día se asienta, Toño ejerce de pastor guiando a vacas, terneras, perros y jumentos hacia los prados de Valdoneje.
Valtuille es un pequeño pueblo reconocido por la pasión con que sus gentes viven el mundo del vino. Conservan las viñas de sus antepasados, respetan y ponen en valor el minifundismo tradicional de la comarca. El tiempo parece recobrar su valor en Valtuille.
El cultivo de la vid cubre la práctica totalidad de su superficie, pero el buen criterio y la experiencia dibuja en algunas zonas otros paisajes definidos por diferentes usos agrarios: huertas, frutales, algo de cereal y prados.
El paraje de Valdoneje se encuentra en las estribaciones del pueblo. Es un ejemplo de perfecta ordenación del territorio. En las zonas más altas y con mejores orientaciones encontramos numerosas parcelas con viñedo. La densidad y disposición de las plantas es impecable para que las uvas consigan una perfecta maduración.
Pero también en este paraje hay una zona que recoge las aguas de las montañas. Con buen criterio, han decidido reservar este espacio como prado. Allí es donde pacen los animales de Toño.
La agricultura y la vida natural integra la actividad del pueblo. Valtuille es un pueblo con dinamismo e intensa actividad social. El relevo generacional en el viñedo está garantizado, pues los jóvenes de la aldea están emprendiendo una colección de proyectos muy atractivos.
También en los prados es necesario un relevo generacional. Una de las burras de Toño, de nombre Isabel, quedó preñada hace unos meses. Hace quince días, la pollina sufrió complicaciones durante el parto, la esperada cría nació muerta. Como consecuencia de este doloroso parto, Isabel sufrió intensos daños que la dejaron muy lastimada. Tras dos semanas de sufrimiento, hace unos días la burra ha dejado de sufrir.
Toño se vio muy afectado por el fallecimiento, pero también se sintió aliviado porque veía que Isabel estaba sufriendo mucho. Solo, junto al fuego, recordaba sus andanzas por los prados, el día que se le escapó y casi es atropellada por un camión pero, sobre todo, estaban vivos en su memoria los paseos que daba a Vanessa encima de Isabel.
Vanessa es una vivaracha niñita de once años, mirada inquieta y graciosos rizos. Es nieta de Toño y una de las cosas que más le gusta es ir a ver a su abuelo a Valtuille y pasear con él por sus campos montada en Isabel. Vanessa vive en Madrid.
Este año sus padres no podrían acompañarla pero, como ya es toda una mujercita, decidieron llevarla a un tren para que Toño pudiera recogerla en la estación de Ponferrada. Toño estaba deseando que llegara el momento pero sabía que lo primero que Vanessa iba a preguntarle es dónde estaba Isabel.
Llegó el día y Toño, lleno de rabia y dolor, cogió su coche para recoger a su nieta. Era un día de niebla y frío, el tren traía retraso. No suele traer muchos pasajeros pero ese día venía repleto. Abrieron las puertas y Toño, sintiendo una extraña mezcla de nerviosismo y cariño, buscaba a su nieta en el bullicio.
De pronto, entre el tumulto, Toño vislumbró los ricitos de Vanessa corriendo en su dirección. La niña, cuando llegó a su altura, de un salto se colgó en su cuello y cubrió sus mejillas de besos.
– Abuelito, ¡qué sucio vienes!
– He estado con los animales esta mañana… – Empezó diciendo Toño que, de repente se puso colorado e interrumpió su frase.
– ¡Podías haberte aseado un poco antes de venir! – le reprendió Vanessa -Cuando lleguemos al pueblo quiero que me lleves a ver a Isabel.
El corazón de Toño pareció detenerse, no sabía dónde meterse. Haciendo de tripas corazón dio la mano a su nieta y la llevó hasta su coche. De camino a Valtuille casi no decía ni palabra, mientras Vanessa le contaba lo que había estado haciendo. Presumía de su abuelo y decía que sus amigas no podían ir a un pueblo ni tenían una burra tan linda como Isabel.
Llegaron a casa, bajaron del coche, Toño dejó la maleta y sentó a Vanessa en la cocina. Tenía que hablar con ella.
– Vanessa, hija, Isabel ya no va a pastar en los prados. Tampoco va a ir al establo, ahora tiene que estar en otro sitio. Hay otra gente que la necesita y se ha tenido que marchar.
La niña rompió a llorar amargamente.
– ¡No te creo! ¡No es verdad! Dime, ¿qué ha pasado a Isabel? – lloraba – ¡Me estás mintiendo!
Toño no conseguía consolarla, y además no podía soportar sus recriminaciones. Desolado y decepcionado, no sabía qué hacer. La ira y el dolor invadían su corazón, y con enfado gritó a su adorada nieta:
– Vanessa, ¡Está bien, vamos a buscar a Isabel! – exclamó – Estaremos toda la noche hasta que la encontremos. – cogió su pelliza, abrigó a la niña y, arrastrándola por su mano, la sacó a la calle.
Vanessa se asustó, nunca había visto así a su abuelo. Abrió sus ojos y, con la boca cerrada, acompañó a su abuelo sin oposición . Las calles no tenían gente y la iluminación navideña era pobre. Al llegar a la plaza, vieron más luces, algunos niños y empezaron a escuchar villancicos.
– ¡Abuelo! Habéis puesto el portal otra vez, ¡Vamos a verlo!
Cuando llegaron al Belén los dos se quedaron paralizados, en silencio. A Toño le cayó una lágrima por su mejilla. Vanessa apretó su mano con fuerza y la besó.
– Vamos a casa a descansar, abuelo, el viaje ha sido muy pesado. – ahora Vanessa ya sabía que su abuelo no le había metido.
Cuenta la tradición que por Navidad, en un modesto establo, una vaca y una burra acompañaron a una humilde familia, dándoles calor y compañía. Hoy ya sabemos porqué nuestra querida burrita ha abandonado los prados de Valdoneje.