¡Qué maravilla las nuevas tecnologías!
Desde el teléfono móvil, hoy en día, puede uno comprar un billete de tren en cualquier momento y desde cualquier lugar. Así yo mismo, este lunes, mientras disfrutaba en tierras sorianas, planifiqué mi viaje desde Valladolid a Ponferrada plantado en medio de una bellísima y antiquísima viña de tempranillo.
Hoy por la mañana, el amigo Julio me acercó a la Estación de trenes desde donde emprendí mi viaje de vuelta a nuestro queridísimo y por momentos añorado Bierzo.
Los sucesivos gobiernos liderados por sucesivos mequetrefes en su empeño por potenciar la alta velocidad ferroviaria han dejado en el olvido las comunicaciones del mundo rural. Y para ellos lo rural no se limita a pequeños pueblos abandonados y pintorescos, su concepto (y desprecio) por la ruralidad alcanza a ciudades como Ponferrada.
Me subo al vagón en Valladolid, llega el revisor y amablemente me indica que tendría que bajarme en Palencia, donde tengo que esperar otro tren dirección Galicia durante ¡¡una hora!! Eso no me lo había indicado mi teléfono en aquella bucólica escena vivida en Soria.
Paseo por Palencia cargado con mis enseres, contemplo una manifestación en la Delegación de Gobierno, conozco las Tierras del Renacimiento en un puesto promocional, y vuelta al tren que llega con ligero retraso. El tren es amplio y elegante, en su momento tuvo que ser puntero, está provisto de voluminosos monitores y exhibe pegatinas explicitas indicando que se trata de un espacio sin humos.
Ya acondicionado en mi asiento, observo que la edad media del pasaje está en torno a los sesenta y cinco años, y que el vagón está prácticamente vacío. Tenía previsto trabajar con mi ordenador, pero no dispongo de enchufe y me he quedado sin batería, así pues me dedico a la lectura y a la observación de paisajes y paisanajes.
Imbuido en mi libro, llegan a mis narices olores de vieja cocina, levanto mi cabeza y observo cómo los adultos peregrinos vienen provistos de un surtido de pitanzas de diversa índole. Los más humildes, un resuelto bocadillo acompañado de una pieza de fruta; los más sofisticados, generosas tarteras rellenas de gustosos guisos. Un espacio sin humos, pero sin duda cargado de olores.
La megafonía enciende una voz que parece llegar del legendario Cabo Cañaveral y que anuncia la parada en la siguiente estación. La calidad de sonido no tiene nada que ver con nuestra era digital, pero desde luego el tono resuelto y castrense del orador deja a las claras el destino: Sahagún.
Recogidas las viandas, comienzan a aparecer las primeras barajas, se forma algún que otro corrillo, alguno juega un solitario, la familia de la mesa comienza una partida de cinquillo, y finalmente se forma la tradicional timba de tute.
Creía ser el más joven entre los pasajeros, pero en León sube una joven con su cabeza cubierta por un pañuelo al estilo de los musulmanes. Pronto se integra en el animado ambiente y mira con curiosidad a los habilidosos tahúres. Un señor de pelo blanco y chaleco entabla conversación con ella, presupongo que explicando los secretos del manejo de los naipes.
Parece que el tiempo corre despacio, y así mismo el maquinista afronta las montañas que nos acercan a nuestro idílico Bierzo a paso lento y cadencioso. Ya no sé cuánto tiempo estuve en el trayecto, ¿cuatro horas, quizás cinco? Ni siquiera recuerdo mi momento de llegada. Viajar en el espacio y en el tiempo… ¡¡Qué maravilla!!
¿Las Nuevas Tecnologías?