El 27 de julio de 1890, Vincent, en palabras de Adelina Ravoux – hija del dueño de la pensión en donde vivía – salió por la mañana a trabajar temprano como todos los días, al mediodía volvió a comer y después volvió a partir. Nada hacía predecir lo que iba a pasar.
Terminada la cena, los caseros vieron venir a lo lejos a Vincent renqueante y tambaleándose; sólo la madre de Adelina se percató de que se cogía el vientre y parecía andar cojeando, le preguntó: “Sr. Vicent, estábamos inquietos al no verle, ¿qué le ha pasado?”. Vincent, apoyándose un instante en el billar, respondió: “¡Oh, nada! Me he herido.”, y subió penosamente las escaleras hacia su estancia.
Al oírlo gemir en su habitación el casero entró en la misma y observó a Vicent tendido sobre su cama, le preguntó: “¿Qué le pasa?”, a lo que Vincent se volvió retirando la mano de su cuerpo y mostrando un agujero ensangrentado debajo de su pecho, diciendo: “Me he disparado un tiro… Esperemos que no haya fallado.”
Otra vez se había autolesionado.
Los caseros buscaron un médico para que Vincent fuera atendido. Fue finalmente el Dr. Gachet, amigo de Vincent, el que observó la herida que formaba un pequeño círculo rojo oscuro al reborde de las costillas, y que parecía no presentar ninguno de los síntomas de una herida de pecho grave. En primer momento resultó imposible extraer la bala, por lo que el Dr. Gachet y el Dr. Mazery dejaron pasar el tiempo, quizás con demasiada pasividad. Vincent se muestra tranquilo y pide permiso para fumar de su pipa, a lo que el Dr. Gachet accede comentándole que esperaba «salvarle la vida». Vincent responde: “Entonces, se volverá a intentar.”
Finalmente el Dr. Gachet afirmó que no había nada que hacer, salvo avisar a la gendarmería. Cuando llegó el gendarme Rigaumont, Vincent respondió calmadamente que todo aquello no le importaba a nadie y que era muy libre de hacerlo. Encontraron la dirección del trabajo de su hermano Theo entre sus papeles (ya que Vincent se negó a dar su dirección particular), e hicieron mandar un telegrama. Cuando llegó Theo, Vincent aún vivía. Theo trató de animarle. “Es inútil”, afirma Vincent, “la tristeza será eterna.” Después la conversación entre los dos hermanos fue tranquila, parecía una charla intrascendente en una sala de espera. Hacia las once, Vincent entra en agonía. Cuando su hermano le coloca la almohada bajo la cabeza, Vincent dice: “Ahora es como cuando éramos pequeños”. Más tarde agrega: “Me gustaría irme así”, y poco después se va, tras pedir una vez más perdón a Theo por los gastos ocasionados. Era la una y media de la madrugada del 29 de julio.
Se improvisó una capilla ardiente en la gran sala de la pensión con el ataúd de Vincent colocado sobre el billar, en las paredes fueron colgadas sus últimas telas formando una especie de aureola brillante que hacía aún más dolorosa su muerte para los artistas que allí estaban. El ataúd se cubrió con una simple sábana blanca y fue rodeado por gran cantidad de flores, los girasoles que él amó tanto, dalias amarillas, flores amarillas por todas partes. Era su color favorito, símbolo de la luz que él soñaba en los corazones de la gente y en sus obras. A los pies de su ataúd estaban su caballete, su silla plegable, su paleta y sus pinceles.
El Sr. Hirschig, que tenía una habitación alquilada junto a la de Vincent, afirmó que “cuando Vincent hubo muerto fue terrible, más terrible todavía que cuando estaba vivo. De su féretro, que estaba mal hecho, salía un líquido nauseabundo; todo era terrible en este hombre. Creo que ha sufrido mucho en este mundo. Nunca le vi sonreír.”
Muchos artistas llegaron al entierro, llegó mucha gente, también la gente del pueblo que le estimaban por bueno y humano. A las tres de la tarde fue llevado por sus amigos al coche fúnebre. En el cortejo muchos lloraban, su hermano Theo sollozaba desconsoladamente. Desde lo alto del cementerio, en una pequeña colina, se veían los campos de trigo bajo el ancho cielo azul. Al bajarlo a la sepultura, el Dr. Gachet quiso decir unas palabras de homenaje, pero entre sollozos tan solo pudo balbucear un confuso adiós.
Recientes investigaciones de Steven Naifeh y Gregory White Smith en 2011 proponen un escenario completamente diferente respecto a la muerte de Vincent. Señalan a los hermanos adolescentes René y Gaston Secrétan, conocidos de Vincent, como los autores del disparo accidental. Se acercaron al artista junto con otros jóvenes, y abusaron de él para gastarle bromas y humillarlo públicamente, cuando sucedió el trágico escopetazo.
Estas teorías siempre surgen en los casos de muertes violentas. Algunas de las razones que la sostienen son las siguientes:
- En el bolsillo se encontró una carta para su hermano Theo, no una nota suicida como algunos han dicho.
- El artista había ordenado una gran cantidad de pinturas dos días antes, pedido de material que dicen evidencia que Vincent no tenía planes de suicidio.
- Aluden a que nadie se dispara en el abdomen para acabar con su vida.
Pero acaso, ¿todos los suicidios se planean? Parecen pruebas insuficientes. Vincent ya había sufrido impulsos auto-punitivos como en el famoso capítulo del corte de su oreja tras una discusión con Paul Gaughin.
También se ha especulado con el lugar exacto en que tuvo lugar el disparo, y las declaraciones posteriores en las que René Secrétan admitió que el arma que hirió a Vincent podría ser suya, pero que él no estaba implicado personalmente. Al parecer le había dejado el arma al artista que la usaba para espantar a los cuervos.
Esta teoría no está aceptada por la mayoría de la comunidad académica. Vincent sigue vivo entre nosotros a través de su obra.