Conocer Lagar de Sabariz es conocer a Pilar Higuero, una persona que nos recibe en su casa con la naturalidad de quien sabe hacia dónde quiere ir y a quién no le importan las opiniones gratuitas e intrascendentes. Sabariz, la aldea, el pueblo es la finca, y ¿a quién le importa?
Pilar viste desenfadada pero coqueta, con chanclas y gafas de sol porque parece no necesitar mirar a los ojos para mostrar su corazón con total entrega y pasión. Entrega por una finca y una casa que adquirió y recuperó hace unos años. Años de mucho trabajo para llegar a conseguir recuperar el campo y es que no es la primera vez que lo hace, afirma Pilar con soltura. Su familia ya tuvo que huir de Francia hacia el sur de España huyendo de la filoxera.
La visita a la finca se convierte en un amigable paseo en el que hablamos de las plantas, de su equilibrio – no hacemos poda en verde, la planta ya sabe regularse – de suelos pobres con granito a poca profundidad en el que las plantas hincan sus raíces extrayendo lo poco que éste las cede. Pero también hablamos de biodinámica, de biodiversidad, de murciélagos, de insectos y de otros aliados que hacen de Sabariz un entorno idílico.
En la búsqueda de la biodiversidad, el viñedo está rodeado de huertos, de lavandas, mentas, romero, rosas, amapolas, ciruelos, melocotoneros ricos en polen y fruta, que dan refugio y alimento a distintas especies estableciendo una lucha biológica y facilitando la auto-regulación del viñedo: los corredores biológicos. En otras palabras son carreteras floridas por donde circulan multitud de bichos que nos ayudan en la viña.
Paramos a ver el rebaño de ovejas. De entre todas ellas destaca una negra, delgada y algo temblorosa. Aretha es muy mayor y su dentadura apenas le permite masticar la hierba ya seca del largo verano. Pilar la llama y esta se aparta del resto. Aretha es dirigida hacia el camino donde crecen hierbas más verdes que sus dientes pueden alcanzar – luego se acercará al patio de nuestra casa, está muy mayorcita.
Por último la fina bodega en la que suena música clásica del Barroco, sobre un impecable suelo de baldosas se asientan limpísimos depósitos de acero inoxidable. En una de sus paredes nos deslumbra, quizás como declaración de intenciones, un bonito óleo que muestra dos zapatos de tacón. Vinos naturales procedentes de las uvas de la finca que han sido elaborados con la mínima intervención, la intervención necesaria, sensible y candorosa que nos permite vislumbrar la brillantez de un paraje natural.
Y Gallinas felices…