Esta tarde me acerqué al río Meruelo, a su paso por Molinaseca (Bierzo), con mi buen amigo Ian Pedreira a ‘pescar’ unos cangrejos de río. Ian es un gran amante de la naturaleza y buen conocedor de los animales, además de valeroso pescador de cangrejos.
La temporada de cangrejos está llegando a su fin, y pasamos una tarde fantástica. Generosamente compartió conmigo sus avezados trucos para capturar tan preciado crustáceo.
Pero en el transcurso de esta actividad me surgió una pregunta: ¿Por qué decimos que los cangrejos caminan hacia atrás?
En realidad no caminan hacia atrás, sino de lado. Tienen que desplazarse lateralmente porque su caparazón no les deja otra alternativa, este caparazón es ancho y corto para cubrir un abdomen muy reducido que les limita su marcha, pero no les impide, por ejemplo, girar completamente su cuerpo o elevarlo en posición defensiva con las pinzas en alto.
Curiosamente recordé mis horas de mañanero trabajo en el viñedo este mismo día, y quizás movido por la frustración que en mi suscitan algunas actitudes, comencé a divagar sobre el avance y progreso de la viticultura moderna de nuestro país en los últimos años.
Resulta que en España – país de la Vieja Europa – disponíamos de un gran potencial en cantidad y calidad de viñedos. Variedades autóctonas, viticultura popular, climatología y edafología indicada, plantaciones con cepas de gran edad adaptadas al entorno, vinos tradicionales y de pueblo conectados con una cultura popular que habían quitado la ‘sed’ a tantas generaciones.
A resultas de nuestra entrada en la Unión Europea, comenzamos a participar de la Política Agraria Común, y nuestros instruidos dirigentes tuvieron a bien establecer el viñedo como uno de los cultivos de mayor proyección y necesidad de protección de nuestro país, decidiendo establecer unas medidas para su modernización. Así, sacaron de su chistera una de sus palabras fetiche: subvención.
Se subvencionó el arranque de gran cantidad de viñedo de manera indiscriminada, sin valorar su potencial vitivinícola, ni su tipicidad e integración en el ecosistema, ni su riqueza genética, ni por supuesto su tradición e historia. Posteriormente se especuló con los derechos de plantación, para finalmente de nuevo subvencionar la implantación de viñedo nuevo, con marcos de plantación muy mecanizables, pero absolutamente alejados de las necesidades tanto de la planta como de la sostenibilidad del ecosistema.
En el mejor de los casos se emplearon variedades autóctonas, aunque ya sabiamente seleccionadas por la industria biológica, pero en otros muchos casos se implantaron las archiconocidas variedades foráneas ya establecidas por todo el mundo.
Dicha modernización se convirtió pues en vulgarización. Una vez más la globalización tendió sus alargadas tramas para ahogar a los más desfavorecidos, que cayeron en la trampa inducidos por el caramelo de la subvención.
Quizás la terquedad de los viticultores de algunas regiones como el Bierzo, su sensibilidad con la tradición y la herencia recibida, o simplemente el inmovilismo y desconfianza de sus mentes, han permitido la perpetuación de un viñedo de gran antigüedad y equilibrio, que ahora las jóvenes generaciones están recuperando devolviendo al mismo prácticas culturales más respetuosas con el medioambiente.
Volviendo al símil respecto a los andares del cangrejo, parece que los viticultores bercianos han tomado ejemplo de los cangrejos de sus ríos, andando de lado permaneciendo aferrados a su antiguo viñedo en lo que puede parecer un inmovilismo, pero que sin duda resulta mucho más coherente que el camino hacia atrás que emprendieron nuestros cultivados legisladores.