Tiempo de Castañas

Termina la vendimia y el Bierzo en otoño se inunda de hogueras, chimeneas y humo. La lluvia empapa sus suelos y el bosque atlántico se infecta de humedad y frescura.
La vida en los pueblos más montañosos toca a su fin, el invierno y sus fríos alejan a su envejecida población hacia núcleos urbanos más poblados. Apenas un puñado de familias permanecen en las aldeas durante esta época, pero aún queda una campaña que completar: la de las castañas.

El castaño en el Bierzo forma parte de un paisaje que, aunque intervenido por la mano del hombre, resulta natural e integrado. Su cultivo requiere de ciertas atenciones como el trabajo del suelo, la poda, labores de mantenimiento y por supuesto: su recogida.

Decidí conocer en primera persona la recogida de las castañas, elegí una de las zonas más desconocidas y por mí más admiradas de toda la comarca: la Sierra de la Encina de la Lastra, y uno de sus pueblos: Cabarcos.

Nos juntamos en La Llana Manolo, Chus y yo sin tampoco madrugar mucho, había estado lloviendo toda la noche; llueven euros, nos instruye nuestro anfitrión Manuel. Pero las previsiones pronostican que la lluvia nos dejará trabajar durante buena parte de la jornada, el mejor día para la recogida de castañas es aquel en que el culo de la cesta permanece mojado, asevera satisfecho el afanoso castañicultor.

Las castañas caen al suelo de donde hay que recogerlas y preguntamos por la técnica a emplear, qué castañas recoger, cómo rellenar el saco. Hay que recoger las más hinchadas, las vacías no se recogen. La organización se basa en acometer la recogida árbol por árbol, uno por la derecha, otro por la izquierda y otro por la tana (tronco), y siempre de abajo a arriba, las castañas como el agua nunca van para arriba. Y las castañas con coco también se recogen, el agujero es de salida, y estas castañas se utilizan para moler.

Llegamos al segundo soto y no encontramos nuestro anhelado tesoro, no vemos castañas en el suelo. Nuestro cachicán comienza a blasfemar a gritos maldiciendo a las vacas de Javier. Se han debido colar entre los árboles disfrutando de banquete pantagruélico a bases de sus mejores castañas, parece ser que elige las más grandes el zampón bóvido. Tras el disgusto y unos minutos de infructuosa recolección, decidimos cambiar de ubicación.

Y ahora sí, por fin puedo disfrutar de ver como mi trabajo obtiene recompensa en la tradicional cesta de mimbre. La lluvia se hace más intensa.
El soto está inundado de algunos de los castaños más viejos que hasta la fecha yo haya podido observar, más de trescientos años les contemplan – dice nuestro guía.
De repente, entre un enorme chaparrón y empapado hasta las cejas, observo atónito que nuestro mentor hinca sus rodillas en la tierra en un acto de veneración y devoción a tan majestuoso bosque, para después inclinar su cuerpo y seguir recogiendo su preciado fruto.
Esta genuflexión que para mí había simbolizado un acto de respeto y  adoración a tan vetusto árbol, un acto de agradecimiento a la fertilidad y exuberancia de su cosecha, no era más que una refinada posición que permitía recoger a más velocidad.

Es la hora en la que nuestros estómagos comienzan a rugir y Manolo parece atisbar a lo lejos a Esperanza llamándonos para comer, nos ha preparado un delicioso cocido para compartir en familia. De lo demás poco más podemos añadir: alegría, calor, cultura, afecto y tradición, por San Martín, fuego a la castaña y mano al barril.

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