La Cultura de la Permanencia.

Para acabar el año me han llegado algunas reflexiones de E. F. Schumacher extraídas de su libro Lo Pequeño es Hermoso, un vigoroso alegato contra una sociedad distorsionada por el culto al crecimiento económico, ¿o debería de decir al falso progreso?

En un punto el autor apuesta por una orientación más humana de la ciencia y la tecnología, abriendo sus puertas a la sabiduría, evitando las concentraciones de poder y el deterioro del medio ambiente. Así promulga que la ciencia y tecnología debe desarrollar métodos y equipos que cumplan tres requisitos:

  • Que sean suficientemente baratos para estar al alcance de todo el mundo.
  • Que sean apropiados para ser utilizados a pequeña escala.
  • Que sean compatibles con la necesidad creativa del hombre.

Estos principios nacen de la no-violencia, de la búsqueda de la paz, y por supuesto se basan en una relación entre hombre y Naturaleza que garantiza la permanencia.

Ahora quiero hacer incidencia en estos dos últimos requisitos, y me viene a la cabeza la creciente polémica surgida por interesadas declaraciones de algunas voces del sector agrícola para promover la concentración parcelaria y así hacer de nuestro imponente e incomparable viñedo berciano un cultivo más rentable y competitivo.

La concentración parcelaria en sí, puede ser una herramienta de ordenamiento del territorio y la propiedad muy loable, pero lo que en algunos casos oculta son intereses que promueven la acaparamiento y captación de tierras en manos de unos pocos. Mayor  escarnio cuando la consecuencia es la aniquilación de la individualidad de algunos viñedos y parajes únicos del Bierzo, con el objetivo envenenado de conseguir un crecimiento económico, que no deja de ser efímero, perverso y dañino.

Las palabras rentabilidad y competitividad dan vértigo si quienes las utilizan no contabilizan beneficios sociales y ambientales en esta fórmula. Y eso es lo que intuimos que está pasando en este caso.

Hay sabiduría en lo pequeño, y por eso es bien importante el segundo requisito: las operaciones a pequeña escala son menos propensas a causar daño en el medio ambiente. Hay sabiduría en la pequeñez, es bien comprensible teniendo en cuenta lo limitado de nuestro conocimiento humano, que parte mucho más del experimento que la comprensión global. El mayor peligro surge de la aplicación despiadada a gran escala del conocimiento parcial: véase el uso inadecuado de herbicidas, fitosanitarios, fertilizantes.

Pero es posiblemente el tercer requisito el que, aunque pueda parecer más intrascendente, puede ser el más importante de todos. ¿Qué queda del hombre si su trabajo se reduce a una mera actividad mecánica? Así con la modernización de los cultivos hemos conseguido que el trabajo se convierta en una tarea inhumana que debe ser pronto reemplazada por la automatización.

La actividad creativa cotidiana puede llevar a una «espiral ascendente» de bienestar. Existe un reconocimiento creciente por parte de la investigación psicológica que la creatividad se halla asociada con el funcionamiento emocional.

Es fácil de entender lo importante de la actividad creativa en procesos vitícolas como la preparación del suelo, la plantación, la poda, la espergura, el deshojado, y otras tantas actividades individuales y humanas que otorgan al viñedo de nuestro amado Bierzo características que lo hacen único y admirado, y que un puñado de descerebrados quieren aniquilar. Sabemos que muchos cuidados sólo se pueden hacer con las manos, renunciar a las manos es renunciar a un sentimiento de convivencia con las plantas en un sistema.

Ojalá haya instituciones públicas que protejan el cuidado de este patrimonio ambiental y no defiendan los intereses de unos pocos en el divinificado Crecimiento Económico.

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